3 jul 2010

La independencia de las naciones hispanoamericanas









La Invasión napoleónica a España se considera la causa precipitante de la Guerra de Independencia. La invasión francesa representó para España la pérdida de la unidad monárquica ya que los reyes Carlos IV y Fernando VII fueron obligados a abdicar la corona en favor de José Bonaparte.


































Con la ocupación francesa, el Imperio español enfrentó una aguda crisis internacional e interna; las colonias americanas reafirmaron su lealtad al rey de España, Fernando VII, y, siguiendo el ejemplo de España, en Venezuela, Cuba, Puerto Rico, Chile y otros territorios coloniales se establecieron juntas que juraron lealtad a la Junta de Sevilla.







A pesar del apoyo inicial, en América, ya comenzaba a perfilarse una crisis de lealtad; ¿a quién serían leales, al Rey o a la Junta? Ante la ausencia del monarca, ¿tenía España poder sobre las colonias? La élite criolla de México determinó que, ante la ausencia del rey, España no tenía ningún derecho que ejercer sobre América.

















Basándose en el principio de que la soberanía radicaba en las instituciones criollas, las colonias comenzaron a tomar sus propias determinaciones políticas, lo que, implícitamente, representó una separación de España. En 1810, Caracas estableció la Junta Suprema de Caracas, compuesta por miembros de la élite colonial y del Consejo Municipal.









Aunque la Junta declaró su lealtad al rey, no obstante, determinó controlar y gobernar la colonia sin la autorización del gobierno español. Era evidente que la élite colonial no estaba dispuesta a acatar la autoridad metropolitana en unos momentos en que, claramente, se reflejaba la debilidad del Imperio español. Por consiguiente, la élite criolla aprovechó la coyuntura internacional y la debilidad de España para declarar la independencia.




















Nuestro camino hacia el Orden, como españoles que somos, pasa por la Hispanidad. La Providencia nos ha dejado en las manos esta realidad magna de un mundo que habla español y cuyo espíritu sincroniza maravillosamente con el de la nueva era presentida. Cortar este miembro, en aras de un internacionalismo utópico, sería repetir el pecado de Orígenes.









La Hispanidad es por esencia alteración, estar fuera de sí, no confinarse en un frío egoísmo. Entre todos los conceptos nacionales o supranacionales del mundo actual acaso sea el único que pueda subsistir con garantía de eficacia en el mundo de mañana. La cultura católica es la médula lógica de la Hispanidad. Al incrementarla haremos que este gran ser colectivo, baluarte de la historia, se alce y vuelva, como hace cuatro siglos, a cargar a Cristo sobre su espalda.














La Independencia hispanoamericana no es solamente la separación de España, es un desmoronamiento total, como el desgranarse de una mazorca de pueblos. No es un movimiento de las provincias americanas contra la metrópoli, sino muchos movimientos. Ni una sola gran independencia sino muchas pequeñas independencias. Y todavía después de 1821 el proceso de desmoronamiento seguirá dentro de las mismas patrias independientes.










Todas quieren ser independientes unas de otras, y en Centroamérica se llega hasta el ridículo de dividir la ya pequeña patria, recién separada de Méjico, en cinco minúsculas repúblicas. Y es que la Independencia no fue otra cosa que el estallar del individualismo español, perdida la fuerza centrípeta del ideal hispánico que unificaba aquel inmenso Imperio.









Por eso, el proceso de la independencia no terminó con la separación de España. Siguió más allá en América con la separación entre sí de las provincias que formaban el Imperio mejicano, la gran Colombia y el antiguo Virreinato del Río de la Plata, y es el mismo que en España alienta aún bajo el separatismo vasco y catalán.















Por último citaré a Bolíbar que dice en 1830: "últimamente he deplorado hasta la insurrección que hemos hecho contra los españoles"; "el que sirve a una revolución ara en el mar".

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