27 sept 2010

Batallas fundamentales

A lo largo de la historia de Occidente, ha habido momentos fundamentales, batallas decisivas que han podido marcar el desarrollo posterior de los acontecimientos como si el abanico de lineas del tiempo llegara a un callejón sin salida.
















En las Termópilas, un puñado de espartanos pusieron en jaque al más formidable ejército que el Oriente había conocido. El tiempo que en aquel lugar se ganó, sirvió para poner en armas un ejército griego capaz de derrotar a los persas. La invasión persa fue una respuesta tardía a la derrota sufrida en la Primera Guerra Médica, que había finalizado con la victoria de Atenas en la batalla de Maratón.









Jerjes reunió un ejército y una armada inmensas para conquistar la totalidad de Grecia y, como respuesta a la inminente invasión, el general ateniense Temístocles propuso que los aliados griegos bloquearan el avance del ejército persa en el paso de las Termópilas, a la vez que se bloqueaba el avance de la armada persa en los estrechos de Artemisio.








Un ejército aliado, formado por unos 7.000 hombres aproximadamente, marchó al norte para bloquear el paso en el verano de 480 a. C. El ejército persa, que conforme a las estimaciones modernas estaría compuesto por unos 300.000 hombres, llegó al paso a finales de agosto o a comienzos de septiembre.







Enormemente superados en número, los griegos detuvieron el avance persa durante siete días en total (incluyendo tres de batalla), antes de que la retaguardia fuera aniquilada. Durante dos días completos de batalla, una pequeña fuerza comandada por el rey Leónidas I de Esparta bloqueó el único camino que el inmenso ejército persa podía utilizar para acceder a Grecia.







Después del segundo día de batalla, un residente local llamado Efialtes traicionó a los griegos mostrando a los invasores un pequeño camino que podían utilizar para acceder a la retaguardia de las líneas griegas. Sabiendo que sus líneas iban a ser sobrepasadas, Leónidas despidió a la mayoría del ejército griego, permaneciendo para proteger su retirada junto con 300 espartanos, 700 tespios, 400 tebanos y posiblemente algunos cientos de soldados más, la mayoría de los cuales murieron en la batalla.








Tras el enfrentamiento, la armada aliada en Artemisio recibió las noticias de la derrota en las Termópilas. Dado que su estrategia requería mantener tanto las Termópilas como Artemisio, y ante la pérdida del paso, la armada aliada decidió retirarse a Salamina. Los persas atravesaron Beocia y capturaron la ciudad de Atenas, que previamente había sido evacuada. Sin embargo, buscando una victoria decisiva sobre la flota persa, la flota aliada atacó y derrotó a los invasores en la batalla de Salamina a finales de año.







Temiendo quedar atrapado en Europa, Jerjes se retiró con la mayor parte de su ejército a Asia, dejando al general Mardonio al mando del ejército restante para completar la conquista de Grecia. Al año siguiente, sin embargo, los aliados consiguieron la victoria decisiva en la batalla de Platea, que puso fin a la invasión persa.



















Durante la Segunda Guerra Púnica, los cartagineses estuvieron a punto de cambiar la historia. ¿Qué hubiera pasado si la cultura oriental de Cartago impone su hegemonía en todo el mundo clásico?















Faltaba el golpe de gracia al imperio cartaginés. Escipión pudo haberlo intentado en Italia pero prefirió hacerlo en la misma África, por lo que desembarcó osadamente cerca de Cartago. Con ello obligaba a Aníbal a volver a África, librando a Roma de su amenaza aunque se arriesgaba a sufrir él mismo una derrota fatal. Por fin venció también al gran cartaginés el año 202, en Zama, y se ganó el apodo de el Africano.








Terminaba así, tras diecisiete años de empeñadísima pugna, la Segunda Guerra Púnica; "tuvo tantas alternativas y su resultado fue tan incierto, que corrieron mayor peligro los que vencieron", señala Tito Livio. Roma quedaba dueña del Mediterráneo occidental y, continuando su impulso, proyectó enseguida su poderío sobre el Mediterráneo oriental, imponiéndose a Macedonia y a Siria. En esta última campaña, el Africano volvería a desempeñar un papel clave.

























La Batalla de Poitiers (conocida por la historiografía europea como Batalla de Tours para no confundirla con la Batalla de Poitiers de 1356) tuvo lugar el 10 de octubre de 732 entre las fuerzas comandadas por el líder franco Carlos Martel y un ejército islámico a las órdenes del valí, (gobernador) de Al-Ándalus, Abderrahman ibn Abdullah Al Gafiki cerca de la ciudad de Tours, en la actual Francia. Durante la batalla, los francos derrotaron el ejército islámico y Al Gafiki resultaría muerto.







Esta batalla frenó la expansión islámica hacia el norte desde la Península Ibérica y es considerada por muchos historiadores como un acontecimiento de importancia macrohistórica, al haber impedido la invasión de Europa por parte de los musulmanes y preservado el cristianismo como la fe dominante durante un periodo en el que el islam estaba sometiendo los restos de los antiguos imperios romano y persa.













Tras la caída de Sevilla, los almorávides incorporaron al-Ándalus a su imperio. En el 1108 todo al-Ándalus está dominado por los almorávides, y el avance de los reinos cristianos es detenido.







El gobierno almorávide estuvo fundamentado en un cuerpo normativo muy complejo pero efectivo. Los descendientes de Yusuf I se dedicaron, como antes lo hicieran los Omeyas, a cultivar la vida palaciega. La corrupción se instaló en el gobierno y la fidelidad al clan pudo más que el sentido del Estado. El intento de reconstruir el califato fracasó, y la dinastía cayó en el norte de África a manos de los almohades, en el año 1145. La descomposición del Imperio almorávide abre el segundo periodo de taifas.








Para frenar la expansión almohade se dio la batalla de Las Navas de Tolosa. Esta decisiva batalla fue el resultado de la cruzada organizada en España por el rey Alfonso VIII de Castilla, el arzobispo de Toledo Rodrigo Ximénez de Rada y el papa Inocencio III contra los almohades musulmanes que dominaban Al-Ándalus desde mediados del siglo XII, tras la derrota del rey castellano en la batalla de Alarcos (1195) que había tenido como consecuencia el llevar la frontera hasta los Montes de Toledo, amenazando la propia ciudad de Toledo y el valle del Tajo.








Al tenerse noticia de la preparación de una nueva ofensiva almohade, Alfonso VIII, después de haber fraguado diferentes alianzas con la mayoría de los reinos cristianos peninsulares con la mediación del Papa, y tras finalizar las distintas treguas mantenidas con los almohades, decide preparar un gran encuentro con las tropas almohades que venían dirigidas por el propio califa Muhammad An-Nasir, el llamado Miramamolín por los cristianos (versión fonética de "Comendador de los Creyentes", en árabe).







El rey buscaba desde hacía tiempo este encuentro para desquitarse de la grave derrota de Alarcos. La batalla se produjo en 1212 y si se tiene en cuenta la envergadura de la fuerza almohade en esa ocasión, los españoles tuvieron de nuevo la oportunidad de salvar a Europa.
































En 1340 se desarrolló la batalla del Salado, cuando Abu-l-Hassan cruza el Estrecho y desembarca en Algeciras. Pocos días después, éste y Yussuf I decidieron ponerse en camino y sitiar Tarifa, a la cual llegarían sobre el 23 de Septiembre. Alfonso XI se entera, gracias a un renegado, que Tarifa está siendo sitiada y que los artilugios mecánicos están creando serios destrozos en las fortificaciones de la ciudad. El 1 de Octubre, la flota castellano-leonesa llega a la zona y corta el suministro de los moros, mientras la flota de Portugal estaba en Cádiz reforzando la zona. (Otro encomiable ejemplo de unidad hispánica). Y al fin, ese bendito 30 de Octubre del 1340, los dos ejércitos se encontráron.








La vanguardia castellano-leonesa tuvo sus problemas para cruzar el río Salado ( Provincia de Cádiz ), pues la lucha fue ardua y luenga, pero los hijos bastardos del Rey, esto es: Don Fernando y Don Fadrique, atacaron con su hueste un puente que, tras fervorosa pelea, y la llegada del ala derecha, tomaron y pasaron como también hiciéranlo el Maestre de Santiago y el noble de Castilla, Núñez de Lara. Sin embargo, no atacaron directamente al ejército moro sino que subieron a la tienda del sultán benimerín haciendo huir a su guardia; distracción que pudo costar cara a las armas de León y Castilla, pues con esta bifurcación de fuerzas, la masa moruna se dispuso a atacar el centro hispánico, peligrando la vida de Alfonso XI; acudiendo en última instancia los concejos de Zamora y Córdoba, así como señores de la nobleza y de la Iglesia.



















Sin embargo, las cosas marcharon favorables para la Cristiandad pues la guarnición de Tarifa salió con el refuerzo enviado por el Rey la noche anterior, así como las tropas que saquearon la tienda del sultán, bajaron y atacaron al grueso ejército de la media luna, que, atacado en varios frentes y por sorpresa, aun en abrumadora superioridad numérica, se deshizo. Los portugueses por su parte lucharon con encomiable ahínco y auxiliados por el ala izquierda de Pedro Núñez de Guzmán vencieron a los moros de Granada, que terminaron huyendo…

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