30 sept 2010

El fracaso del gobierno

Cuando se puso en marcha nuestra democracia, los españoles acabábamos de perder, más o menos, el pelo de la dehesa. Llevábamos algún tiempo, poco, de urbanización con una generación de españoles que había ido a la escuela pero muchos de cuyos padres lo habían hecho también, con una masa crítica de universitarios.










Desde luego era un buen comienzo, pero no hacía tanto tiempo que había existido la España de la necesidad, de los pueblos, clerical o anticlerical dos caras de la misma moneda, guerracivilista, con miedo etc. Claro, todo estaba siendo borrado por esas décadas de desarrollo económico y por unas perspectivas de mejora en otros planos como la libertad y la democracia.

















Sin embargo, desde muy pronto la educación se sustituyó por una formación básica para poder integrarse en el mundo laboral, paulatinamente la partitocracia eliminó a la democracia, el mensaje de los medios es único y mezclado de entretenimientos zafios y materialistas. Sí, es cierto que hay unas clases educadas pero existe una inmensa masa bajo mínimos, exclusivamente centrada en la supervivencia, indigente cultural y espiritual, y la situación se va a agudizar con la crisis económica.










La sociedad no ha continuado formándose en el manejo de la política como lo hacía en la transición y aunque esto ocurre desgraciadamente en todo Occidente, aquí se nota más porque ha empezado de un nivel más bajo. Superamos en ingenuidad política a nuestros vecinos y así se nos cuelan majaderos tipo Zapatero sólo aptos para alimentar la mafia partitocrática.

















Para colmo, a todo este cúmulo de desgracias se une una camarilla política empeñada en romper el consenso constitucional, 30 años después, con intención de reelaborar este país hasta 1931, aislando a la oposición, rompiendo el suelo de Rawls. La ley de memoria histórica, absurdo oxímoron que participa de ese plan, ni siquiera cumple su objetivo teórico de reivindicar a las víctimas del franquismo; todo lo que dice de manera rimbombante ya se ha hecho en el pasado y desde luego no anula los juicios del antiguo régimen.

















Por su parte, la izquierda mostraría una incapacidad congénita para comprender el valor de la cultura en la integración (o resistencia) de la población en la sociedad, en el análisis de ella y en el papel del pueblo en su construcción. Terminará arrodillándose ante el elitismo de las utopías políticas de los intelectuales o las manipulaciones de los nacionalismos, hasta su fin.


















Ahora, la cultura es política y la política se hace desde la cultura. Jamás en nuestra historia se había visto amenazada la existencia del pueblo y las instituciones, es decir de la nación española, como lo está por estos nuevos bárbaros.
















Si, en general, el progreso y bienestar de una sociedad requiere, entre otras cosas, un cierto grado de lealtad y colaboración entre todos los sectores; una reacción capaz de alterar el curso dramático de los acontecimientos, como es el caso, exige la existencia de una conciencia ciudadana.










Pero mal puede hablarse de ciudadanía, que implica un cierto nivel de responsabilidad, cualificación moral y valores que la fundamenten, cuando en buena proporción somos una población que carece de todo ello, en parte a causa de la manipulación y en parte debido a nuestra propia irresponsabilidad y abandono al hedonismo egoísta e indolente, emergido de un período de bonanza económica (sin mérito propio en ello), henchidos de nuevorriquismo y de este individualismo de masas que distorsiona todas las percepciones.









No somos víctimas inocentes sino más bien culpables de habernos convertido en una grey de población vacuna (pedazos de carne con ojos, de mirada obtusa) pasmarotes cobardes, grotescos, deformes, zafios y envilecidos a quienes se puede ofender, escupir e incluso ir matando impunemente.












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