1 ene 2011

La sociedad civil y los partídos

Los partidos políticos, entendidos como estructuras de organización de las corrientes político ideológicas que hay en la sociedad, existen siempre y son más complejos cuanto más compleja es la sociedad.








Otra cosa es la existencia de partidos políticos en cuanto a estructuras legales y organizadas constitucionalmente para canalizar la política y las ideologías en la sociedad, esto último sólo existe en ciertas sociedades y en los tiempos modernos.







A lo largo de la historia ha habido partidos partida, dispuestos a tomar el poder con las armas, como el Carlista; partidos de notables como el turno en la Restauración, con el caciquismo denunciado por Costa; partidos de masas, con gran capacidad de movilización y diversas secciones, como el PSOE, la CEDA o el PNV en la Segunda República; partidos únicos, ocupando el Estado, como el PC de la URSS o el Movimiento Nacional; y ahora, lo que hay es partidos de cuadros que ocupan las estructuras administrativas y viven de la sociedad gracias al clientelismo.
 













Nuestro país se organizó constitucionalmente en una democracia de partidos en 1978, siendo que en la etapa política anterior los partidos no eran legales sino que estaban ocultos dentro y fuera del sistema, quizá sea por eso que la Constitución les otorga un estatus desproporcionado y nuestras leyes sobreprotegen sus actividades de manera contraria a la igualdad ante la Ley.












De esta manera, los partidos aparecen en la Constitución en el Título Preliminar frente al derecho de asociación que aparece en el Título Primero; la Ley dice que los partidos deberán ser democráticos, pero en la práctica no hay más que secretismo, caciquismo y dedazo, lo que lleva necesariamente a la corrupción.







El ataque bifronte, desde el individualismo y el socialismo de la modernidad tardía, a las estructuras sociales intermedias, el interés de los partidos en constituirse en una especie de empresas que venden aire a cambio de votos olvidando ideologías, promesas electorales y programas, la ausencia de un sistema electoral, con listas abiertas, con selección adecuada de los gestores públicos, es una de las características de la sociedad atomizada que nos ha tocado vivir. Se nos olvida que el ciudadano libre participa, que es social y que lo hace por todos los medios, no sólo a través de los partidos y cada cuatro años.



















Como dice Alain de Benoist:






Como es sabido, todas las sociedades tradicionales consideran al hombre como un animal social. En estas sociedades, que forman un universo comunitario, se percibe al individuo como miembro de un conjunto, de un todo orgánico. Su singularidad queda reconocida, pero en el contexto de su integración en un soporte que va más allá de su ser propio y que le pone en relación con sus semejantes, ya sea en el seno de su familia, de su clan, de su tribu, de su ciudad, etc.







Así, el individuo es indisociable de sus vínculos, de los que éste extrae su rol social y sus normas de comportamiento, lo cual por otra parte, no quiere decir que se halle encerrado en quién sabe qué prisión comunitaria. El sujeto puede tomar sus distancias respecto al grupo al que pertenece, pero incluso al obrar así sigue situándose en relación con el grupo. Más aún: precisamente porque el “yo” es sólo un momento de la elaboración del “nosotros”, cuando ambos términos se enfrentan el “yo” no corre en ningún momento el riesgo de quedar enteramente destruido, sino que, al contrario, saca de ese enfrentamiento una nueva fuerza.






En esta perspectiva, la sociedad global es lo primero, y el cuerpo individual no puede ser considerado independientemente del cuerpo social, que, al contrario, participa de su “construcción”. Este lazo social, por otro lado, es pródigo en solidaridades fundadas en el parentesco o la vecindad. Tales sociedades se aprehenden como un todo, y de ahí que, para caracterizarlas, se emplee el término holistas.







Por el contrario, el individualismo consiste en pensar que la legitimidad de las sociedades reposa sobre un individuo abstracto, separado de sus vínculos. Se considera entonces que el orden de las cosas está subordinado a los deseos, a las necesidades, a la razón o a la voluntad del individuo. A éste se le atribuye un valor propio, independiente de sus atributos sociales. El individuo es a la vez fuente y finalidad del sistema social y del sistema de valores: los valores sólo son aceptados en la medida en que provienen de él. La sociedad ya no constituye un todo, sino que es una simple suma de átomos individuales.




Como dice la Constitución de 1978:


1. España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.

2. La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado.

3. La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria.




Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la Ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos.








1. Se reconoce el derecho de asociación.

2. Las asociaciones que persigan fines o utilicen medios tipificados como delito son ilegales.

3. Las asociaciones constituidas al amparo de este artículo deberán inscribirse en un registro a los solos efectos de publicidad.

4. Las asociaciones sólo podrán ser disueltas o suspendidas en sus actividades en virtud de resolución judicial motivada.

5. Se prohíben las asociaciones secretas y las de carácter paramilitar.

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