1 mar 2011

Francisco Pi y Margall

Francisco Pi y Margall (20 de abril de 1824, Barcelona-29 de noviembre de 1901, Madrid) fue un político, filósofo, jurista y escritor español, que asumió la presidencia del poder ejecutivo de la Primera República Española entre el 11 de junio y el 18 de julio de 1873.








Como político, fue partidario de un modelo federalista para la República, sabiendo conjugar las influencias de Proudhon para llevar a cabo la política del Estado con tendencias del socialismo democrático. Contrario a la monarquía española en cualquiera de sus variantes y formas, participó activamente en la oposición a la misma, por lo que sufrió censura, cárcel y exilio.






















Después de la Revolución Gloriosa, fue diputado en Cortes Generales, donde dirigió el Partido Federal, y Ministro de la Gobernación con Estanislao Figueras. Tras la dimisión de éste, las Cortes lo eligieron Presidente, cargo desde el cual se enfrentó a la Tercera Guerra Carlista y a la revolución cantonal, defendiendo el proyecto de constitución federal de 1873. Se vio obligado a dimitir ante la imposibilidad de desarrollar su labor de gobierno tras el Cantón de Cartagena. Como intelectual se dedicó esencialmente a la Historia, la Filosofía y el Arte.



















Se le considera como uno de los intelectuales representativos del pensamiento más avanzado de la segunda mitad del siglo XIX. Escribió multitud de obras y fue redactor y director de varios periódicos. Tuvo contacto con las grandes figuras de la intelectualidad europea de la época, lo que le granjeó una enorme reputación en España y fuera de ella. Con una biografía intachable debida a su honradez, acompañada por una dedicación intensa a sus principios políticos, se ha convertido en un referente de la tradición democrática española.













En realidad, el sueño de Pi era solventar uno de los eternos dilemas en los que se debate nuestro país, el problema de la incomunicación, de la desvertebración.




Contrariamente a Ortega, yo no creo que España sea diferente, ni especialmente invertebrada, este problema lo han tenido todos los países y lo han resuelto con ayuda de la tecnología, del capitalismo y de la comunicación.








El problema de España es de subdesarrollo, en el momento en que la industrialización entra en la historia; a nadie se le ocurriría hablar de una especial maldición del pueblo británico porque, como decía Conrad, los ingleses vestían taparrabos y mal cazaban cuando los egipcios creaban una de las más importantes civilizaciones de la humanidad.







Los españoles hemos demostrado una gran capacidad de desarrollo en otros momentos de la historia, y sin embargo, en ese periodo, como bien ha estudiado Henry Kamen, nos retrasamos debido a las guerras, al fin del Imperio, al retraso tecnológico y esto produjo hechos como que en Asturias les era más rentable comprar vino en Cataluña que en Valladolid o León.




















Aun así, esto terminó estando muy unido y España ha soportado grandes vicisitudes sin romperse. El intento federal fracasó, la España unitaria ha sido insuficiente y ahora lo estamos intentando de nuevo con las autonomías.



















El origen de la concepción federalista está en Pi, en el liberalismo girondino, pero también encontramos la tradición carlista española en el federalismo de Prat de La Riba. Estas corrientes coexistieron con el regeneracionismo costista que fue más bien unitario, en la solución, pero realizó una crítica tan radical de la España decimonónica que favoreció de rebote las tendencias revolucionarias.










En relación a las ideas de Pi y Margall sobre como deberían ser los políticos españoles citaré unas lineas de su obra "Las Nacionalidades".










"Pasma verdaderamente que cuando, para ejercer la última de las artes, se exige más o menos largo aprendizaje y nadie se atreve a fiar al que no sea zapatero el remiendo de sus zapatos, se haya dado en la extraña manía de entregar a hombres sin conocimientos administrativos de ningún género aun los más difíciles puestos del Estado, sólo por recompensarles servicios políticos, no pocas veces de utilidad y aun de moralidad dudosa".

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