1 abr 2011

La España de las tres culturas II

Como he comentado aquí, se ha impuesto la especie de que existió semejante lugar idílico y, contra la razón y la lógica, fuera de los ambientes académicos de la Historia, te encuentras una vez sí y otra también con este mito de las tres culturas. Como ha dicho el historiador Claudio Sánchez Albornoz las religiones dogmáticas no permiten el sincretismo y chocan entre sí necesariamente.

















A pesar de que la historiografía oficial, tanto la tradicional como la republicana, entiende la evolución del pasado español desde un mundo particular pero católico e inequívocamente occidental y europeo, la polémica nace por las opiniones del filólogo español Américo Castro en relación a la convivencia tolerante y a la mutua influencia de los árabes y los judíos con el cristianismo español.







Castro señaló la importancia que en la cultura española tuvo la religiosidad, y en concreto las minorías judías y musulmanas que fueron marginadas por la dominante cultura cristiana.
















Estudió, especialmente, los aspectos sociales de esta segregación en la literatura española, y sus consecuencias a través del problema de los judeoconversos y los marranos, que germinó una identidad conflictiva y un problemático concepto de España nacido en el Siglo de Oro, que denominó "Edad Conflictiva".
















Señaló la supervivencia de "castas" separadas, incluso después de las conversiones masivas a que dio lugar la monarquía de los Reyes Católicos, y el papel que jugaron en ello los estatutos de limpieza de sangre. Al respecto, polemizó violentamente con Claudio Sánchez Albornoz, en una de los episodios más vivos del llamado debate sobre el "Ser de España".








Juan Goytisolo es seguidor de Castro y, en su obra literaria, realiza una reivindicación de ese pretendido pasado tolerante, Arcadia feliz, dando la vuelta como a un calcetín al argumentario de Marcelino Menéndez Pelayo en su "Historia de los Heterodoxos Españoles". Goytisolo, por otro lado un escritor muy interesante, recrea en su literatura un Islam mítico, que no se compadece con los reiterados fracasos del maridaje entre la civilización islámica y la modernidad.















Ahora, me he enterado de que el embajador español en Washington Jorge Dezcallar ha dado una recepción para celebrar la victoria islámica en la batalla del río Guadalete; no sabes si reír o llorar ante semejantes payasos, con tal de no reconocer los hechos de formación de nuestra unidad nacional serían capaces de destruir la nación. Yo aventuro esta razón para explicar el porqué lo hacen.
















Lo evidente es que España construyó un imperio gigantesco, en la mayor parte del cual se sigue hablando español, que exploró el océano Pacífico y puso en comunicación y comercio, por primera vez en la historia, a todos los continentes habitados, cuando las demás potencias europeas apenas iban más allá de la piratería. Y que afrontó el expansionismo otómano, el francés y el de la internacional protestante, cada uno de ellos superior materialmente a España; y si bien no alcanzó a derrotar por completo a ninguno de ellos, los venció una y otra vez, los contuvo y finalmente les marcó límites.







Simultáneamente desplegó una cultura potente y original en literatura, pensamiento, arquitectura, música y pintura. La visión de un país económicamente menesteroso, repleto de parásitos, falto de gente capacitada en casi cualquier terreno, cruel y fanático pero impotente, tiene el interés de su gran difusión, pero no es por ello menos absurda.

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